DUELO PATOLÓGICO
El duelo patológico (o duelo
complicado) es una reacción más extrema que el proceso normal de luto. Cuando
una persona sufre de duelo patológico, está controlada por un sentimiento
poderoso y duradero de tristeza que no muestra señales de terminar. Esta forma
extrema de duelo causa un sufrimiento doloroso a largo plazo que puede tener un
gran impacto en su vida.
El que sufre de duelo
patológico no logra alcanzar la aceptación de una pérdida y es incapaz de
seguir adelante con su vida sin un tratamiento médico.
Las manifestaciones clínicas del duelo patológico se manifiestan
psicológica y físicamente.
A nivel psicológico, los
pacientes pueden reprocharse no haber hecho lo suficiente por el difunto,
incluso si han extremado de modo admirable sus atenciones durante su última
enfermedad, o mostrar una irritabilidad, inhabitual en ellos, contra terceras
personas (médicos, sacerdotes, yerno o nuera, etcétera). A veces, la tristeza
patológica puede complicarse con otros síntomas, como aislamiento social,
consumo abusivo de alcohol o de psicofármacos, etcétera. Y a nivel físico, a
veces presentan alteraciones de la salud: somatizaciones (alteraciones del sueño
y del apetito, vómitos, mareos, etcétera), dolores musculares, estreñimiento,
cefaleas, etcétera, que les hacen consultar con mucha mayor frecuencia de lo
habitual al médico de cabecera. En general, el apetito tiende a recuperarse
antes que la readquisición de un sueño reparador. Incluso a veces manifiestan
síntomas de la enfermedad del fallecido. En concreto, los síntomas de las
viudas tienden a manifestarse en forma de síntomas físicos: fatiga, insomnio,
pérdida de apetito, pérdida de peso, etcétera, que son reflejo de la depresión
existente.
No obstante, en las fases
iniciales del duelo pueden predominar los síntomas físicos; sin embargo, con el
transcurso de los meses estos síntomas pueden decaer, pero se hacen más
frecuentes los síntomas psicológicos (desesperanza, desvalorización, ira, deseos
de morir, etcétera).
La experimentación de un duelo patológico depende de una serie
de factores:
1. Edad de la persona
fallecida. Resulta antinatural para un padre enterrar a sus hijos. El
estrés que causa la pérdida de un hijo (el fantasma de la habitación vacía) es
tan intenso que puede llegar incluso a provocar el divorcio de la pareja. A
menudo, un cónyuge sufre más que otro y eso genera acusaciones, culpabilidad y
rabia.
2. Tipo de muerte, sobre
todo cuando es prematura, inesperada o trágica. Es el caso, por ejemplo de
las enfermedades cortas y repentinas o de las muertes súbitas, evitables y que
afectan a personas jóvenes, como ocurre en los accidentes de tráfico, y, más
aún, de las muertes violentas (asesinatos o suicidios, en los que hay una imputación
de responsabilidad propia). Asimismo una muerte precedida de una enfermedad
dolorosa, no asumida por el paciente, puede dificultar la superación del duelo
del superviviente.
3. Variables
psicosociales, como estar en una situación económica precaria, hacerse
cargo de niños pequeños, no tener posibilidades de rehacer la vida, contar con
una familia muy reducida, etcétera.
4. Inestabilidad
emocional previa del paciente. En concreto, las personas con antecedentes
de depresión o de trastornos de ansiedad, con estilos de afrontamiento
inadecuados o con características problemáticas de personalidad (dependientes
emocionalmente, obsesivas, acomplejadas, etcétera) corren un mayor riesgo de
derrumbarse emocionalmente y de sufrir un duelo patológico en el caso del
fallecimiento de una persona próxima.
Asimismo las personas con
una falta de salud física son las que tienden a caer más fácilmente enfermas
durante el duelo.
5. Experiencia negativa
de pérdidas anteriores. Es más probable sufrir un duelo patológico cuando
una persona ha experimentado muchas o recientes pérdidas y cuando la reacción
ante las anteriores ha sido particularmente intensa o duradera.
1) Negación y aislamiento: la
negación nos permite amortiguar el dolor ante una noticia inesperada e
impresionante; permite recobrarse. Es una defensa provisoria y pronto será
sustituida por una aceptación parcial.
2) Ira: la
negación es sustituida por la rabia, la envidia y el resentimiento; surgen
todos los por qué. Es una fase difícil de afrontar para los padres y todos los
que los rodean; esto se debe a que la ira se desplaza en todas direcciones, aún
injustamente. Suelen quejarse por todo; todo les viene mal y es criticable.
Luego pueden responder con dolor y lágrimas, culpa o vergüenza. La familia y
quienes los rodean no deben tomar esta ira como algo personal para no
reaccionar en consecuencia con más ira, lo que fomentará la conducta hostil del
doliente.
3) Negociación: ante
la dificultad de afrontar la difícil realidad, mas el enojo con la gente y con
Dios, surge la fase de intentar llegar a un acuerdo para intentar superar la
traumática vivencia.
4) Depresión: cuando
no se puede seguir negando la persona se debilita, adelgaza, aparecen otros
síntomas y se verá invadida por una profunda tristeza. Es un estado, en
general, temporario y preparatorio para la aceptación de la realidad en el que
es contraproducente intentar animar al doliente y sugerirle mirar las cosas por
el lado positivo: esto es, a menudo, una expresión de las propias necesidades,
que son ajenas al doliente. Esto significaría que no debería pensar en su duelo
y sería absurdo decirle que no esté triste. Si se le permite expresar su dolor,
le será más fácil la aceptación final y estará agradecido de que se lo acepte
sin decirle constantemente que no esté triste. Es una etapa en la que se
necesita mucha comunicación verbal, se tiene mucho para compartir. Tal vez se
transmite más acariciando la mano o simplemente permaneciendo en silencio a su
lado. Son momentos en los que la excesiva intervención de los que lo rodean
para animarlo, le dificultarán su proceso de duelo.
5) Aceptación: quien
ha pasado por las etapas anteriores en las que pudo expresar sus sentimientos
-su envidia por los que no sufren este dolor, la ira, la bronca por la pérdida
del hijo y la depresión- contemplará el próximo devenir con más tranquilidad.
No hay que confundirse y creer que la aceptación es una etapa feliz: en un
principio está casi desprovista de sentimientos. Comienza a sentirse una cierta
paz, se puede estar bien solo o acompañado, no se tiene tanta necesidad de
hablar del propio dolor… la vida se va imponiendo.